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Foto del escritorJuan Ignacio Costoya

Límite

Actualizado: 27 ene

La respuesta de don Juan fue que el joven era un tonto que no sabía lo que estaba buscando. Ignoraba lo que era el “poder”, de modo que no podía decir si lo había encontrado o no. No se hizo responsable de su decisión, por ello lo enfureció su error. Esperaba ganar algo y en vez de ello no obtuvo nada. Don Juan especuló que, si yo hubiera sido el jóven y hubiese seguido mis inclinaciones, me habría entregado a la furia y al remordimiento para, sin duda, pasar el resto de mi vida compadeciéndome por lo que había perdido. [1]

A los 18 años tuve mi segundo trabajo, también de cadete, esta vez para alguien que me contrató durante 4 meses para la preparación de una feria de libros. Mi tarea principal consistía en hacer envíos, y con el tiempo fueron sumándose muchas otras tareas también.


El automatismo de “sacarme de encima” las tareas seguía siendo lo cotidiano en mi, hacía bien mi trabajo, y rápido, pero no me interesaba en lo que estaba haciendo, ni tampoco me interesaba en considerar qué relación tenía conmigo ese trabajo que estaba haciendo.


Uno de los tantos envíos que tuve que realizar eran unas cajas con unos libros muy pesados. Varios días estuve llevando las cajas en colectivo, casi como burro de carga. La gente en la calle me miraba por que el esfuerzo físico que estaba haciendo era ilógico.


Ese no registro de lo que hacía me recuerda a tantas otras situaciones de mi vida, como lo que me contó una vez mi madre, de que a mis 10 u 11 años levanté muchísima fiebre y no entendían por qué. Fue el médico que al revisarme y preguntarme se dió cuenta que yo estaba literalmente agotado, había jugado al fútbol sin parar durante horas y horas, hasta el límite de mis fuerzas. Y eso mismo es lo que hice en ese trabajo, y en muchas otras situaciones de mi vida, hacer un esfuerzo hasta sobrepasar el límite de mis fuerzas, sin considerar a mi cuerpo en eso que hacía.


El problema no es ir más allá del límite, el problema en esa situación estaba en no considerar mi propio cuerpo, no tener registro de que el cuerpo también habla, transmite un montón de mensajes que está en cada quién aprender a escuchar. 


El problema también está en no registrar cuando estoy ante un límite, y qué hacer, cuál es la reacción ante ese límite.


En esa experiencia de mi segundo trabajo, no me puse mal por la lesión que me había generado (que se me curó a los pocos días), ni me angustié por no haber detectado que no había desconsiderando mi cuerpo. Lo que más me preocupaba en ese momento era qué pasaba con lo que había acordado en el trabajo y las tareas que había dicho que iba a hacer. Me preocupaba más el hecho de no cumplir, y tener que decirle a mi jefa que ese día no iba a ir trabajar. 


Mi reacción fue la de enojarme con quien me había contratado. En mi cabeza armé una maraña de imaginarios, me hice creer a mi mismo que me estaban explotando, que era injusto lo que me pagaban y tantos otros pensamientos automáticos. Mi enojo crecía y yo jamás había planteado en momento alguno que no acordaba con las condiciones laborales, ni siquiera me había planteado a mi mismo que me estaba sobreexigiendo. Tanto es así que recuerdo que en su momento hasta me habían ofrecido usar taxis para algunos envíos, y yo por terco y obstinado, no acepté esa ayuda.


Luego pude ver y comprender que el problema estuvo desde el momento en el que yo no puse el límite, tuve que llegar a la instancia en que el límite lo ponga mi cuerpo. Previamente hubieron muchas situaciones que si yo las atendía y lograba responder a tiempo, no hubiera terminado la situación en una lesión. 


Yo no reconocí que el límite lo decidió otro en mi, primero no acepté la ayuda que me brindaban con el taxi, segundo esperé a pedir ayuda cuando ya veía que mi esfuerzo era exagerado, y luego de lesionarme lo que hice fue justificarme y combate hacia afuera, todo en base a creer que el problema estaba afuera, en el otro.


Todos esos automatismos: espera, justificación y combate hacia afuera, tienen una lógica, y se presentan siempre ante situaciones en las que empezamos con algo nuevo en nuestras vidas.


¿Vos qué haces ante los límites? 


Si los límites son externos o desde algo en ti pero sin tu decisión (como cuando el cuerpo te pone un límite), eso dice que has dependido de que un otro ponga el límite por ti, tal como en la escena del relato. 


Cuando el límite no lo reconocemos y ni nos enteramos del límite hasta que estamos inmersos en él, la reacción más probable será el automatismo. Es lo que hace lo humano en nosotros cada vez, responder con automatismos, espera, justificación, combate hacia afuera, que nos alejan de la posibilidad de atravesar ese límite ante el que nos encontramos.


El límite es necesario, y es mucho más que solamente algo necesario, es lo que hace posible el crecimiento, como la poda de un árbol, que es vital para que un árbol crezca fuerte, sano, para que dé flores y frutos. 


El árbol no puede podarse a sí mismo pero vos si podes decidir qué hacer ante tus propios límites, incluso puedes decidir tus propios límites, y es saludable hacerlo para todo aquel que quiera dejar el lugar de niño/a que depende de otro. 


Si no tenes problema en depender de que el límite venga de otro, de otra persona o de tu propio cuerpo que te maneja en una situación, ¿qué problema vas a tener en que el otro decida hasta donde llegas o no llegar respecto de, “por ejemplo”, tu Resultado


Si logras ponerte límites a tí mismo, antes de que algo interno o externo decida por ti, lo que has logrado es adueñarte de tu Realidad, y eso es aprender a usar la fuerza del inconsciente a tu favor.


“Aparece donde no puedan ir, dirígete hacia donde menos se lo esperen. Para desplazarte cientos de kilómetros sin cansancio, atraviesa tierras despobladas” [2]

Esta frase de Sun Tzu que pareciera que es algo a realizar ante otros, también nos muestra que puede aplicarse directamente a lo que hacemos con nosotros mismos. ¿A dónde no puedes ir?, ahí, aparece. ¿Dónde menos esperas ir?, ahí, dirígete. ¿Reconoces las tierras despobladas en ti?, atraviésalas.


***Juan Ignacio Costoya***


 

[1] Viaje a Ixtlán, Pag. 74, Carlos Castaneda.

[2] El arte de la guerra, Sun Tzu


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